Las manzanas el marqués


El 24 de agosto de 1961, muy temprano en la mañana, el destartalado buque español “Marqués de Comillas”, zarpó del puerto de La Habana con miles de cubanos a bordo, unos de ellos éramos nosotros, los miembros de la familia Alonso. A solo dos años, siete meses, veintitrés días y unas horas de comunismo, ya en Cuba no se conseguía “mil” cosas – la mayoría de primera necesidad -- que los cubanos tomábamos por sentado antes de caer la triste, injustificable, inmerecida y prolongada noche sobre la patria de Maceo y de Martí. Entre los artículos que el pueblo dejó de comer estaban las manzanas.

Mientras zarpaba el barco rumbo a la libertad, miles de cubanos se aglomeraron en tierra frente a él y batían sus pañuelos blancos diciéndonos el adiós que el tiempo probaría sería para siempre. En medio de aquel cuadro que en mi memoria se transformó en abstracto, recuerdo claramente cómo los marineros españoles llegaron a nosotros con grandes palanganas llenas de manzanas asturianas al tiempo en que nos aupaban para que las lanzáramos a nuestros familiares que desde muy temprano y bajo una tenue lluvia nos despedían mostrando sus lágrimas desde el puerto.

Al principio los lanzamientos fueron tímidos, pero no duramos mucho en entender el ritual de aquel peloteo de manzanas. Los marineros, acostumbrados a la misma escena mes tras mes, sabían el inmenso regalo de despedida que les daríamos a nuestros familiares. No sabría decir cuántas manzanas lanzamos a tierra aquella madrugada, muchas de las cuales caían al agua y eran recogidas por los niños del puerto que se lanzaban al mar con una pericia impresionante. Lo cierto es que tiempo después, cuando comencé a leer que Cuba era -- antes de Castro -- el tercer país – EN TODO – de la América latina, se me ocurrió resumir el desastre del comunismo en aquel indignante e humillante evento que viví cuando apenas tenía exactamente once años y unas siete horas de vida.

Hoy, cuando prendí la televisión en Caracas, me encontré al ministro de producción y comercio alegando que estábamos en crisis y por lo tanto, el régimen se vio obligado a importar pastas, leche, harina, etc.

Como no hay nada tan débil que la memoria de los pueblos y más fuerte que la ignorancia de los vecinos, es bueno aquí recordar hoy que antes del “paro”, es decir, hace exactamente setenta y cuatro días -- ¡74 días! – en la bodega del portugués Francisco, aquí, en la Zona Rural de El Hatillo, donde compro yo y compra mi vecino, “el soberano”, se encontraba lo siguiente:

Tampax, Modess, Kotex, Always, azúcar, SAL DE FRUTA, aspirinas, ALKA SELTZER, caña blanca (toda la que uno quería), “Caballito Frenado” (todo el que se quisiera), pan, “arpargatas”, cacerolas, cerveza (como arroz partido), arroz partido, yuca, melones, mondongo, cazabe, pasta (“como pa’tirá pa’rriba”, de mil formas, secas, precocidas, congeladas), pollo, huevos (de gallina y de codornices), leche (de varios tipos y marcas: en polvo, encartonadas, de larga duración, de la vaca de un vecino), mantequilla y margarina (de varias marcas y en algunas bodeguitas cercanas, hasta hecha en casa la que se vendía por gramos envuelta en papel celofán), papel celofán, papel de aluminio, bolsas para la recolección de basura, aceite (de varias marcas), café (de varias marcas), plátanos, papel “toilet” (de varias marcas: suaves, ásperos, de colores e incoloros, olorosos e “inoloros”) carne de res de primera, de segunda, de tercera y “calne golda”; hueso para mis perros, cochino, pescado (enlatado, fresco, salado), algodón, alcohol, harina pan, harina blanca, harina de todo uso, sal, pimienta, “chimó”, guaralitos, tornillitos, B O M B I L L O S (que en la Cuba de Castro se vende 1 por familia cada seis meses, cuando “haiga”), velas, mayonesa (de varias marcas), salsa de tomate “ketchup” (de varias marcas), machetes (de varios tamaños), preservativos (de varias marcas, colores, diseños y sabores), linternas, bombillitos para las linternas, pilas de todos los tamaños, colores y marcas --- incluyendo las alcalinas --- estopa, compota para bebés (de varias marcas y sabores), chucherías (nacionales e importadas cuya variedad se perdía con la imaginación), kerosén, manteca (de varias marcas), hojas para envolver hallacas, maíz blanco y amarillo, maicena, fororo, gofio, hojillas de afeitar (de varias marcas), papelón (que en mi Cuba le llamamos “raspadura”), cigarrillos (de mil marcas, nacionales e importados... por cajetillas y/o al detal) semillas de girasol (para los loros), Perrarina (para los perros), Ponerina (para las gallinas), Conejarina (para los conejos), Vacarina (para las vacas), Cabarina (para los caballos, burros y mulas), “recortes” sin grasa (para los perros finos falderos, como los de mi hija) tomate, cebolla, ocumo, lechuga, ajo, pimentones, coliflor, brócoli, yuca, papa (de varias clases: amarillas, blancas, criollas y colombianas), dulces enlatados y en pasta, galletas (de varias marcas), el sabroso queso crema que me prohibió el médico... en fin. DE TODO. El portugués Francisco, hasta antes del “paro”, vendía “fiao” y uno le pagaba por fracciones de cuotas, retrasado y sin intereses. Para el momento de escribir este artículo (14/02/2003, día mío y de mi esposa), el venezolano no sabe lo que es un “mercado negro” de comida y artículos de primera necesidad, porque simplemente: NO EXISTE. Antes del “paro” uno iba a una farmacia y encontraba de todo… era raro que no hubiera el medicamento que se requería, incluso las medicinas “tapa-amarilla”, que eran más baratas. Todo – antes del “paro” --, ABSOLUTAMENTE TODO se compraba con la moneda nacional, con tarjeta de crédito o con cheques, que a menudo rebotaban por falta de fondos. No había “jineteras” que se acostaban por un “panti” o por un plato de sopa de patas de res. Había -- antes del “paro” -- lápices, libretas, libros escolares, uniformes escolares. El Estado – todavía – no era el único patrón y había sindicatos y derecho a huelga (como era obvio, el país entero se lanzó a una); prestaciones sociales, adelantos de sueldos y “préstamos”. No había paredón de fusilamiento y se podía protestar en demostraciones públicas (infinidades de ellas de cientos de miles de “escuálidos”); el venezolano podía dejar libremente el territorio nacional y volver a él cuantas veces quería y por el tiempo que le viniera en gana sin tener que sacar una visa de entrada a la patria en los respectivos consulados venezolanos del exterior; no había “brigadas de acción rápida” que golpearan con cabillas a los que protestaban y todavía no se conocían los “chivatos” en cada cuadra; jamás murió o resultó mutilado un solo joven venezolano en una guerra africana o asiática (ni en ninguna parte del mundo) en “misiones internacionalista”, los venezolanos podíamos entrar a todos los hoteles y restaurantes del país, había colegios privados y las iglesias estaban abiertas. Antes del “paro”, jamás se supo de un niño que denunciara a sus padres de “contra-revolucionario” ante la Seguridad del Estado. Jamás se registró un solo caso de ceguera por polineuritis, producto de la falta crónica de vitaminas en la dieta del venezolano. Cualquiera podía leer lo que le viniera en gana y comprar las revistas, libros y periódicos de su preferencia, tanto nacionales como extranjeros. Quien pudiera hacerlo tenía en su casa Internet y llenaba de spam a sus familiares y amigos. Cada venezolano, incluyendo a los más “marginales”, tenía un celular y un televisor a colores donde podía escoger la programación de entre 9 estaciones, si mal no estoy. Los medios de comunicación social funcionaban libremente y cubrían los excesos del régimen, aunque de vez en cuando se les iba una que otra mentirilla blanca… y no tan blanca. Uno no iba 5 años presos por tener dólares encima o por la posesión ilegal de mariscos, como camarones y langostas. Se tenía la libertad de contratar al abogado que uno quisiera y éste, la mayoría de las veces, lo defendía honestamente a uno. Lamentablemente, el poder judicial era un asco, pero se podía vender o compara una vivienda o cualquier bien mueble o inmueble y uno podía mudarse libremente de una ciudad a otra. El que tenía padrino se bautizaba, y en tal sentido, hasta el más humilde del venezolana pujaba un piano de cola… ¡y abierto!. No había UN SOLO RACIONAMIENTO, ni las tristemente célebres “tarjetas de racionamiento”. La gasolina se la vendían a quien llegara con un vehículo o con un “perol”. Muy pocas veces se iba la luz y cuando se presentaba un apagón generalizado, el pueblo – alborotado -- creía que era que se estaba dando un golpe de estado. Y el dólar – que se adquiría libremente en cualquier quiosco -- estaba ¡a Bs. 1.450!

Así era la Venezuela que muy pronto podríamos comenzar a olvidar… antes del “paro cívico, general e indefinido”.

El Hatillo, 14 de febrero de 2003

Sugerencia importante: Imprima este artículo y guárdelo en su caja fuerte. Si fuese el caso que termine usted en el destierro, por los caminos del mundo como un paria, sin patria -- ¡pero sin amo! -- lléveselo consigo para que se lo pueda dar a leer a todos aquellos que sin duda alguna se encontrará en su camino de aquí a 10, 15, 20… o 40 años y que le salga con el cuento de que en la Venezuela que Chávez encontró “el pueblo” no tenía acceso a todas estas cosas, muchas de las cuales, admito, no sirven para nada, engordan o son dañinas para la salud…

Por cierto, copia de este “alerta” ya fue colocado en la entrada de la bodega del portugués Francisco – donde cachaletea el “soberano”, la mayoría de ellos “escuálido” --, como poniendo el parche antes de que –- muy pronto – llegase a salir el hueco.

Nota de advertencia: Es muy probable que se me haya escapado algún artículo que vendía el “Portu Francisco” antes del “paro”. ¡Viva Chávez!